Seré breve.../I



I

Un año después que Al Capone fuera apresado por evasión de impuestos y condenado a 11 años de prisión, Howard Hawks llevó a la pantalla la biografía del célebre delincuente. Caracortada, la Vergüenza de una Nación (1932), marca el inicio del cine de gánsters, género nacido por la unión de un fenómeno social y un progreso técnico. El fenómeno social fue, por supuesto, el nacimiento de la mafia, propiciado por la absurda Ley de Prohibición del Alcohol promulgada en 1920. El progreso técnico, por otra parte, fue el perfeccionamiento de la reproducción de los sonidos debido a los ingenieros de la compañía estadounidense Western Electric.
Durante los años que duró la Prohibición, de 1920 a 1933, las mafias siciliana (dirigidas por Capone y Vito Genovese) y estadounidense (comandadas por el judío Arnold Rothstein y el “holandés” Schultz) asesinaron, solamente en Chicago, a más de 700 personas, tendieron sus redes a lo largo y ancho de la unión americana y corrompieron a jueces, políticos y policías. Paralelo a este fenómeno social, el cine silente llegaba a su fin con el estreno, en octubre de 1927, de El Cantante de Jazz, primer largometraje exitosamente sonoro. Sin embargo, no sería hasta inicios de los 30 cuando los ingenieros de la Western Electric resolvieron los innumerables problemas técnicos de las primeras “talkies” y, por fin, se pudieron escuchar como se debe el chirriar de llantas, los disparos de una ametralladora, las sirenas de las patrullas de policía, los cristales de un aparador rotos en mil pedazos, las botellas de whisky quebrándose en el fragor de una balacera. Así pues, un problema social y un progreso tecnológico habían traído al mundo del cine uno de los géneros hollywoodenses por excelencia: el cine de gánsters.
Durante las décadas de los 30 y 40, cintas como la mencionada Caracortada o El Enemigo Público (Wellman, 1931) o Alma Negra (Walsh, 1949), llevaron al cine un elemento novedoso –la violencia callejera— y un nuevo personaje-leyenda: el mafioso. Durante los siguientes años, el género languideció hasta la aparición de El Padrino y su secuela (Coppola 1972 y 1974), sin lugar a dudas –por lo menos para quien esto escribe— las mejores películas sobre la mafia en la historia del cine americano.
Recordemos a vuelo de pájaro la historia de la primera cinta: el sagaz capo Vito Corleone (Marlon Brando) se niega terminantemente a compartir sus influencias con la familia Tattaglia, la que se dispone, en plena década de los 50, a entrar de lleno al tráfico de drogas. Esta negativa del Don de la familia Corleone desata de una guerra de gánsters de la que saldrá vencedor, al final, el benjamín de la “famiglia”, el calculador Mike (Al Pacino), convertido de golpe y porrazo en “el padrino” de la mafia neoyorkina.
El tema, pues, ya había saltado a la palestra. El nuevo gánster no trafica alcohol, no maneja prostitutas, no domina sindicatos ni casinos: el nuevo mafioso maneja drogas. Los viejos hampones estaban de plano descontinuados. La nueva mafia trafica con opio, cocaína, mariguana, crack, anfetaminas, etc. Los policías como Gene Hackman en Contacto en Francia (Friedkin, 1971) no tratan de interceptar un cargamento de licor sino van tras uno de heroína. El nuevo Caracortada no toma alcohol sino que, con rostro de Al Pacino en Scarface (De Palma, 1983), se hunde ahora en una montaña de cocaína, convirtiendo sus fosas nasales en un par de aspiradoras. El gánster, pues, se había convertido en narcotraficante.

II

En México, el gánster hizo su aparición en los años 50 como personaje secundario. El ganster nacional trafica con pieles, joyas y domina los juegos de azar y las apuestas. La siembra, cosecha y tráfico de mariguana y amapola no existían, pero sólo para nuestro cine: en el norte del país, algunos mafiosos empezaban a dar de qué hablar en “el negocio”. Así pues, en contraste con Hollywood, que a principios de los 30 había creado el cine de gánsters partiendo de una realidad palpable, en México, nuestro cine, a fines de los 50, aún no se atrevía a ver más allá de sus chafísimos estudios donde se filmaba de todo –comedias rancheras con machorras empistoladas, discursos aleccionadores a la juventud “descarriada”, “atrevidos” filmes con “desnudos artísticos”—, siempre y cuando ese todo le diera la espalda convenientemente a la realidad.
No sería hasta el final del desastroso “margarato” (1976-1982) cuando empezarían a aparecer las primeras películas nacionales de “narcos”. El ambiente: la frontera. Los elementos dramáticos: venganzas entre judiciales y narcotraficantes, corridos cantados por un conjunto norteño (Los Tigres del Norte en las películas de lujo) y la presencia infaltable de Mario Almada, que sólo en esa década hizo su aparición en más de 50 filmes. Resultados: un cine de acción que –con una u otra rara excepción— es tan malhechote como pusilánime, tan incapaz de filmar correctamente una balacera o una persecución en automóvil, como de mostrar el verdadero mundo del narcotraficante, su vida cotidiana y sus conexiones con la policía, la clase política y la iglesia.
¡Qué extraordinarias películas se podrían hacer sobre Miguel Félix, Caro Quintero, El Señor de los Cielos, la familia Arellano Félix o El Chapo Guzmán! Pero, supongo, tendremos que esperar sentados a ver ese tipo de cintas. En un descuido, Hollywood las hace primero. ¿O alguien por ahí levantará la mano? ¿El culiche-tapatío Beto Gómez, por ejemplo?

Comentarios

Alex dijo…
Pues ya viene una sobre Pablo Escobar, con Javier Bardem en el papel del capo en "Killing Pablo". Está en preproducción, y será, por supuesto, producción estadounidense.
Saludos!
Claro, tenía que ser estadounidense. De hecho, la mejor cinta sobre el tráfico de drogas en México-USA es Tráfico, con todo y la risible actuación oscareada de Benicio del Toro. Es triste: el mejor retrato de los ires y venires del narco fronterizo fue hecho por los gringos, no por nosotros.

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