El cine que no vimos/XIII


Nunca exhibida comercialmente, aunque presentada en el 12 Festival de Verano de la UNAM en 2005 y luego exhibida en el circuito cineclubero y programada en la televisión cultural mexicana, Nadie Sabe (Dare mo shiranai, Japón, 2004), cuarto largometraje de ficción del maestro japonés Hirokazu Koreeda (Maborosi/1995, Wandâfuru Raifu/2004, la reciente obra mayor Caminando Aún/2008, vista en el FICCO 2009), puede conseguirse también en un ascético DVD de Región 1 de imagen y sonido impecables (widescreen, dolby estéreo), pero sin extras de ningún tipo.

Sobre un caso real que conmocionó a la sociedad japonesa en 1988 (una mujer abandonó a sus cuatro hijos a su propia suerte en un pequeño apartamento de Tokio, hasta que uno de ellos falleció debido a un accidente), Koreeda nos entrega una sobria, minimalista, parsimoniosa y, al final de cuentas, irritante puesta en imágenes sobre un cuarteto de infantes que luchan por sobrevivir cual si fueran unos pequeños náufragos perdidos en la inmensidad de algún océano.

La trama inicia cuando la inestable y desobligada madre soltera Keiko (You) llega al nuevo departamento con su serio y maduro hijo de doce años Akira (Yûya Yagira, mejor actor en Cannes 2004). En las maletas, ocultos, viajan otros dos niños y una niña un poquito más grande, Kyoko (Ayu Kitaura), espera hasta la noche para entrar sin llamar la atención de los vecinos. Pronto sabremos que los cuatro infantes tienen padres diferentes y que ninguno de ellos ha mostrado más preocupación que la desmadrosa mamá, que un buen día se va: deja una carta, algo de dinero, algunas instrucciones y nada más. La mujer regresa, vuelve a desaparecer, regresa de nuevo, hasta que, aparentemente, encuentra un nuevo prospecto que no va a dejar ir. Así, durante todo este tiempo, los tres niños menores -que no van a la escuela, que salen poco al parque cercano, que están educados para hacer el menor ruido posible- son criados por Akira, quien ve poco a poco agotarse el dinero que le envía la mamá. Muy pronto la energía eléctrica es cortada, el agua deja de salir de la llave y los niños comen restos de comida, se bañan en la fuente de un parquecito y sobreviven cual mini-homeless gracias a la solidaridad de algún empleado de un supermercado o de la alienada jovencita Saki (Hanae Kan) que se une al cuarteto de niños abandonados.

El poder de observación de Koreeda -quien realizó la película en el orden en el que la vemos y con actores infantiles no profesionales- es inquietante: su atención a las rutinas de los niños y a la interacción que hay entre ellos, la ocasional erupción emocional de Akira ante la inconciencia de su madre, los sonidos que habitan en la isla/apartamento infantil, el deterioro de ese espacio que se va convirtiendo en un auténtico muladar... El cineasta japonés no presenta aquí ninguna indignada filípica sobre la crueldad y/o indiferencia de los adultos frente a los niños: le basta colocar la cámara, dejar a los niños actuar y construir el relato a golpe de sobrias elipsis que nos deja, de todas formas, con todos los sentidos golpeados y buscando una salida que no existe, por más que el final abierto deslice un mínimo rasgo de optimismo que el propio Koreeda se ha encargado, en estos 140 minutos, de borrar casi por completo.

Comentarios

A roncar se ha dicho.

Jejeje...
Rackve dijo…
Acabo de ver la película, me quede sin palabras, a lo mejor no es perfecta, pero emocionalmente es magnifica, transmite totalmente ese sentimiento de impotencia (no se ya estoy divagando)
De Kooreda solo había visto Still Walking, que tambien es un Tokyo Story moderno, pero muy bien llevado, con personajes inolvidables al igual que con está.

Creo que Kooreda se ha convertido en uno de mis dircetores favoritos.

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