Clásicos del cine italiano/I


Las tres veces que he visto El Sorpasso (Il Sorpasso, Italia, 1962) -si no la obra maestra del prolífico artesano Dino Risi de seguro su película más conocida- me he quedado con la misma duda: ¿se justifica realmente ese abrupto final inesperado, desesperanzado, acaso aleccionador? No voy a decir como termina la cinta por respeto a quienes no la hayan visto -por cierto, ¿qué esperan para hacerlo?-, pero sí subrayo que ese dramatis interruptus me dejó insatisfecho la primera vez que vi el décimo-sexto largometraje de Risi y me ha dejado igual ahora que lo he vuelto a ver, tomando como pretexto que la Cineteca Nacional lo presenta hoy y mañana dentro del invaluable ciclo Clásicos del Cine Italiano, que ha programado para su exhibición durante todo el mes de abril.
Estamos en una Roma veraniega y semidesierta, pues pareciera que todo mundo se ha ido a la playa, de vacaciones. El extrovertido cuarentón Bruno Cortona (Vittorio Gassman, ¿en el papel de su vida?) da vueltas y vueltas en su auto deportivo y no encuentra un sólo teléfono público disponible. Cansado, se para frente a la ventana abierta de un edificio de departamentos y por ahí se asoma el tímido estudiante de derecho Roberto Mariani (Jean-Louis Trintignant) que accede a prestarle su aparato (albureros: abstenerse) al siempre alegre e impusivo hombrón. No pasan dos minutos cuando Bruno ya tiene a Roberto en su automóvil, rumbo a la carretera, a buscar un lugar en dónde echarse un trago, en dónde comer una buena sopa de mariscos, en dónde pasar un buen fin de semana.
Desde el inicio, el guión de Risi, Ruggero Maccari y el futuro cineasta Ettore Scola, nos da acceso a los pensamientos dubitativos de Roberto: el estudiante veinteañero accede a viajar con ese torbellino llamado Bruno pero constantemente está pensando en cortar por lo sano y regresar a Roma. Tomar un autobús, un tren, lo que sea. Pero nunca decide hacerlo. ¿Y cómo culparlo?: Bruno es demasiado personaje para no seguir la aventura con él. Nunca sabemos lo que piensa, así que es un misterio para nosotros como lo es para el joven estudiante de derecho.
En la medida que avanza la cinta al ritmo del viaje por la carretera de los dos personajes, que van de una trattoria cerrada por vacaciones a un restaurante atestado a la orilla del mar, de una visita familiar a los tíos de Roberto a otra visita sorpresiva a la esposa de Bruno, de un típico pleito de cantina a un exultante surfeo en las costas italianas, la figura de Bruno se nos va mostrando cada vez más descarnada. Su alegría, su éxito, su seguridad, todo es superficial. No porque el tipo sea todo lo contrario -triste, fracasado, inseguro- sino porque en él todo es superficie. Bruno nunca es un monstruo, porque tendría que tener una voluntad perversa para serlo, Más bien, Bruno es un inconciente. O mejor dicho: Bruno carece de conciencia.
La interpretación de Gassman es magistral: en algún momento parece que deja ver algo más allá de la superficie de su personaje, pero muy pronto se esconde otra vez tras la máscara de la extroversión, de la verborrea. Bruno nunca se calla, opina de todo sin recato ("Qué gran cineasta Antonioni... Me dormí de inmediato en su última película"), se impone sobre todo el que se deja -empezando por Roberto-, pero tampoco carece de perspicacia (¡esa detección de un antiguo adulterio con sólo ser testigo de una reunión familiar!). Y como buen pícaro, es imposible no caer en sus redes. En este sentido, el contraste con el apocado Roberto es hasta doloroso: el pobre muchacho no bebe, no fuma, es tímido con las mujeres y cuando llega a tomar un trago, se emborracha ridículamente. No merece lo que pasa y eso es lo que me sigue dando vueltas en lo que al final se refiere.
La realización de Risi es funcional, casi invisible. Hay un regusto documental en el retrato fotográfico y social de los escenarios por los que atraviesan el par de recién conocidos: las playas, los restaurantes, la campiña italiana, los alrededores de Roma. La larga experiencia de documentalista de Risi -quien realizara una veintena de cortos documentales sobre la Italia de la posguerra al inicio de su carrera- se nota en la manera en la que inserta a sus dos personajes centrales en todos estos sitios, en donde hay campesinos huraños, playas atascadas de gente, pueblerinos belicosos, meseras coquetonas, curas extranjeros hablando en latín y, pasando de ellos, un ingobernable tipo que, a 140 kilómetros por hora, rebasa autos, camiones, motocicletas, gritando, carcajeando, lanzando insultos, cabuleando... Sólo así, en movimiento, Bruno puede seguir adelante.

El Sorpasso se exhibe hoy y mañana en la Cineteca Nacional.

Comentarios

Anónimo dijo…
Vengo de ver la película y debo decir que me encantó (qué diálogos los del personaje de Bruno).

***ADVERTENCIA: Si no has visto la peli, lee bajo tu propio riesgo*****
En cuanto al final, a mí me gusto. Durante toda la película vemos la lucha (desigual) de dos temperamentos, saliendo triunfante el carácter extrovertido de Bruno. Roberto tiene que pagar el precio.
¿Elfinal es anticlimático? Quizás, pero yo no pude evitar una sensación de vértigo cuando escuché: "Su nombre era Roberto, pero no sé su apellido" (o más o menos)
En fin: una obra maestra.
Saludos,
Jorge
Unknown dijo…
Ese final siempre ha sido ese y, afortunadamente, sigue ahi. No hay finales alternos ni manera de cuestionar al autor o sus herederos. La película es soberbia, siempre que uno la ve. Espero poder estar por ahi hoy. El ciclo bien vale una, o dos, o siete, visitas.
Jorge: Sí, una obra maestra que, curiosamente, a nadie se le ocurre mencionar entre las obras maestras italianas de los 60 (Antonioni y Felli pesan demasiado).

Fritzio: En efecto, el ciclo bien vale la pena una misa. O varias.
Joel Meza dijo…
Pues a verla bichi, porque acá, nada de ciclos.
Christian dijo…
el final esta rudo...

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