Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCCX



Todos Están Muertos (España, 2014), de Beatriz Sanchís. Un melodrama familiar-femenino que se beneficia por un buen dúo de actrices (Elena Anaya y Angélica Aragón) pero que termina resultando demasiado irregular con sus vueltas de tuerca realista-magicosas. Mi crítica en el Primera Fila de Reforma del viernes pasado.


Manakamana (Ídem, EU-Nepal, 2013), de Pacho Vélez y Stephanie Spray. El más reciente largometraje documental del Sensory Ethnography Lab de Harvard (SEL para los cuates) es, como las anteriores cintas del grupo fundado en 2006 por Lucien Castaing-Taylor (Sweetgrass/Barbash y Castaing-Taylor/2009, Leviatán/Castaing-Taylor y Paravel/2012), un fascinante ejercicio documental que pasa de lo etnográfico a lo fílmico y de regreso.
Con una cámara fija pero con un encuadre siempre en movimiento -no hay contradicción alguna: desde Lumière hasta Spielberg varios han hecho lo mismo-, he aquí una película formada por 11 tomas de alrededor de 10 minutos cada una, en las que vemos un grupo de pasajeros que suben o bajan del templo hindú de Manakamana, en Nepal, en donde se encuentra la diosa Bhagwati.
Los pasajeros -niños, mujeres, hombres, jóvenes, viejos, un gatito, unas cabras, un gallo- viajan en un pequeño teleférico que se encuentra a más de 1,300 metros de altura y cada uno de ellos, seguramente, visita el templo por diferentes razones: algunos pedirán un favor, otros irán a agradecer algún milagro, otros irán de turistas y las cabras a lo mejor servirán de merienda. 
La cámara fija de 16 mm., colocada frente a los pasajeros, capta con toda candidez la mirada de los pasajeros, sus acciones, sus sonrisas, su nerviosismo. Es como reconstruir los orígenes del cine al mismo tiempo que recuperar el sentido último y primitivo del aparato creado por los Lumière: el sentido de toparse con un milagro y no dejarlo ir. En cada uno de esos once viajes (cinco de subida, seis de bajada) hay varias epifanías cinematográficas.

Victoria (Ídem, Alemania, 2015), de Sebastian Schipper. El cuarto largometraje como director del también actor Schipper es un tour de force estilístico: realizada en una sola toma de más de 134 minutos de duración, la cámara siempre móvil de Sturla Brandt Grovlen sigue a la Victoria del título (Laia Costa), una joven española en Berlín que, saliendo de un antro en la madrugada, se encuentra con cuatro alemanes con quienes entabla una camaradería que resultará letal.
El guion, firmado por el cineasta Schipper y dos coguionistas, exige una total suspensión de la credulidad por parte del espectador, pero esto no resulta un problema grave, pues si la historia parece poco creíble, la forma de contarla en esas poco más de dos horas y a lo largo de una veintena de locaciones, nos mantiene siempre expectantes y al filo de la butaca. Cierto: cuando la cinta ha terminado y uno está fuera del cine, uno empieza a cuestionar todo lo que se acaba de ver, pero para entonces, insisto, uno ya se chutó la película entera sin poder despegar los ojos de la pantalla. 

Comentarios

Joel Meza dijo…
Y esos de la foto, ¿Kalimán y Solín en tiempos de hambre?
Joel: De hecho, un don y una doña con un gallo que suben al templo. Son la única pareja que vemos en la película con su viaje redondo. De regreso, ya no traen el gallo. Seguramente se lo ofrecieron de regalo a la diosa.
Champy dijo…
Oye Y Beasts of no nation no cuenta?

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