Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCLXI



Inercia (México, 2012), de Isabel Muñoz Cota Callejas. Opera prima de la egresada del CCC Muñoz Cota Callejas que no carece de virtudes ni de insuficiencias.
Por mera casualidad, Lucía (Maricela Peñalosa) se encuentra en un exclusivo hospital privado con Felipe (Flavio Medina), su exnovio, al que hace 12 años que no ve. El tipo tiene problemas renales y, por lo grave que está, entra en un estado de violencia y paranoia que sólo la abnegada presencia de Lucía puede calmar. Sin embargo, en la medida que ella se queda más tiempo cerca de él para cuidarlo, empiezan a aflorar las razones por las cuales ellos se separaron hace más de una década.
La cineasta debutante entrega una puesta en imágenes funcional -con una sola escena notable, cuyo encuadre parece calcado de El séptimo continente (Haneke, 1989)-, presume un par de sólidos actores que hacen muy bien su trabajo -en especial Medina, quien resulta perfectamente desagradable-, pero me queda la sensación que la historia no daba para un largometraje. (*) 

Plan sexenal (México, 2014), de Santiago Cendejas. La opera prima del hombre orquesta Cendejas -director/guionista/editor/músico/coproductor- se presentó en Morelia 2014, donde la vi hace más de dos años.
Estamos en el DF -cuando todavía se llamaba así- y se viven tiempos de caos. Hay golpe de Estado, levantamiento popular, toque de queda o todos los anteriores. No hay energía eléctrica tampoco, así que la gente se esconde en sus casas y se duerme temprano. Menos Juan y Mercedes (Harold Torres y Edwarda Gurrola), quienes gracias a cierto "inventito" no solo tienen luz en su casa sino que, además, organizan una pachanga que, de todas formas, tienen que cancelar cuando un policía (Noé Hernández) llega a su puerta a advertirles que están molestando a los vecinos. 
La noche se torna ominosa por las amenazas apenas embozadas del susodicho cuico, porque hay un misterioso vagabundo que se aparece frente a la casa y no se quiere ir, porque alguien rompe el cristal de la ventana con un tabique y porque, además, parece que hay bronquitas no resueltas entre Juan y Mercedes. 
Sin embargo, cuando uno cree que está viendo la versión nacional de algún thriller paranoico del tipo de La noche de la expiación (De Monaco, 2013) o algo por el estilo, el filme toma un camino claramente dostoiveskiano. Una cinta no del todo redonda, pero que nunca deja de ser interesante. ( *3/4)

Ni el cielos sabe qué (Heaven Knows What, EU, 2014), de Joshua y Benny Safdie. El tercer largometraje de los hermanos Safdie está basado en las memorias no publicadas de la heroinómana Arielle Holmes, aunque es inevitable que por el tema y el escenario el filme nos remita a la obra mayor Pánico en Needle Park (Schatzberg, 1971). 
Como en el mencionado filme setentero, estamos ante la descripción de la vida de una pareja de heroinómanos que sobrevive precariamente en Nueva York pidiendo dinero, robando tiendas de conveniencia, abriendo el correo en busca de tarjetas de crédito o cualquier cosa que se pueda vender. He escrito pareja pero, en realidad, Harley (impresionante Arielle Holmes, interpretando una versión de sí misma) y su intenso novio Ilya (Caleb Landry Jones) no es, para nada, la parejita ideal: tienen una relación que ronda en el (auto)destructivo amor-fou, como lo atestiguamos en los primeros minutos, cuando ella amenaza con cortarse las venas como último acto de amor y él la reta a que lo haga.
La adicción a la heroína es vista aquí -cámara siempre en movimiento de Sean Prince Williams- sin glamour, sin humor pero, también, sin horror ni excesivo miserabilismo. Los Safdie no juzgan a sus personajes: no los justifican pero tampoco los condenan. Muestran con un naturalismo directo y sucio las rutinas en las que se encuentran presos, en una adicción que no los deja, ni ellos quieren dejar. 
La obsesión en la que están atrapados Harley e Ilya está acompañada por unos insólitos arreglos electrónicos de Debussy realizados por el músico japonés Isao Tomita. No creo que usted haya escuchado a Debussy antes de esta manera. (**)

Sonita (Ídem, Irán-Alemania-Suiza, 2015), de Rokhsare Ghaemmaghami. La doble ganadora en Sundance 2016 -premio del público y del jurado en la sección mundial- es un vibrante documental centrado en una jovencita afgana que vive indocumentada en Teherán y que sueña en convertirse en rapera. Su madre y sus hermanos, que viven en Afganistán, tienen otra idea: quieren venderla -sí, leyó usted bien: venderla- en matrimonio. Exhibida en Ambulante 2016. (** 1/2)

Rogue One: una historia de Star Wars (Roge One, EU, 2016), de Gareth Edwards. ¿La mejor película de Star Wars desde El imperio contraataca (Kershner, 1980)? Puede ser, pero con la secuela del año pasado y el desastre de las tres precuelas, tampoco era tan difícil. La verdad es que estamos ante un mero palomazo que solo vale la pena si uno es fan recalcitrante del universo creado por George Lucas. En ese sentido, cumple su cometido con creces. De cualquier forma, el gran cine estuvo este año en otra parte. Mañana aquí mismo mi crítica in extenso. (**)

El caos y el orden (México, 2016), de Miguel Ángel Tobías. Un documental sobre el gran Manuel Felguérez, su niñez en la que se aficionó por los insectos y los juguetes para armar/desarmar, el despertar de su vocación en un viaje adolescente al lado de Jorge Ibargüengoitia a Europa, sus inicios en las artes plásticas, sus pleitos contra la Escuela Mexicana de Pintura, su participación en La Generación de la Ruptura, su entrañable amistad con Vicente Rojo y, por supuesto, su técnica de trabajo, sus ideas sobre lo que es ser pintor y ser artista, su matrimonio con su mujer/jefa/secretaria/representante Meche Oteyza, más lo que se vaya acumulando en este didáctico e informativo filme narrado por Imanol Arias, con participación constante en cámara de un articulado y simpático Felguérez. (**)

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