Spider-Man: De regreso a casa


-"Michael, muéstrale a este chamaco cómo actuar, a ver si aprende algo"



Y aquí vamos de nuevo. En 15 años, Peter Parker aka “el amistoso vecino Hombre Araña” ha sido lanzado en tres ocasiones. La primera –y más memorable- en el tríptico dirigido por Sam Raimi y protagonizado por Tobey Maguire en 2002-2004-2007, la segunda –de forma bastante aceptable- en el díptico de 2012-2014 dirigido por Marc Webb y con Andrew Garfield como el súper-héroe arácnido y, la tercera –y seguramente no la última- con el desconocido Jon Watts dirigiendo al veinteañero inglés Tom Holland como Parker. En otras palabras, he aquí Spider Man: De regreso a casa (Spider Man: Homecoming, EU, 2017).
Esta nueve iteración arácnida tiene un objetivo claro –además de ganar todo el dinero posible, por supuesto-: unir al héroe “terrenal” Peter Parker con el resto de los personajes de la casa Marvel, como lo prometía el cameo de Spidey en el bodriazo Capitán América: GuerraCivil (Hermanos Russo, 2016). Así pues, en esta ocasión, Tony Stark/Iron Man (Robert Downey Jr.) es un personaje secundario clave en el desarrollo del Hombre Araña, el Capitán América (Chris Evans) aparece en más de una ocasión en unos paródicos vídeos instruccionales, y la cinta está llena de referencias a otros personajes del Universo Cinematográfico de la Marvel –que si la Viuda Negra, que si Hulk, que si Thorito…
Lo cierto es que, a pesar de todo lo anterior, en Spider Man: De regreso a casa la historia de Peter Parker sigue siendo, por fortuna, la historia de Peter Parker: la de un adolescente clasemediero del Queens criado por su –en este caso- guapísima tía May (Marisa Tomei, desperdiciada), que sufre los inevitables problemas para encajar en la compleja fauna preparatoriana y que empieza a descubrir, con más entusiasmo que efectividad, cómo usar sus súper-poderes. La media docena de guionistas responsables de la historia parecen haber tenido muy claro cuál debería ser el corazón cómico/dramático de la cinta: el de una película que funciona, desde el inicio y hasta su desenlace, como una simpática historia de crecimiento juvenil al estilo de John Hughes cuyo cine, de hecho, se homenajea directamente en alguna escena.
El director Watts se muestra lo suficientemente apto para manejar tanto a su extenso reparto juvenil –el rapport entre Peter y su camarada nerd Ned (Jacob Batalon) es intachable, Zendaya se roba cada escena en la que aparece como la hosca y rebelde Michelle (¿futura novia de Parker?)-, así como al veterano de prestigio a quien le fue encargado interpretar al villano del filme. En este sentido, el siempre bienvenido Michael Keaton encarna a un maloso razonablemente humanizado, un constructor que, echado a un lado por los poderosos de siempre –es decir, los ricachones como Tony Stark y los despóticos burócratas federales-, decide iniciar su propio negocio de venta de armas, aprovechándose de la chatarra dejada por los aliens de alguna cinta anterior de los Avengers. El Adrian Toomes de Keaton es el villano perfecto para nuestra desencantada época: un tipo serio y trabajador que termina inclinándose a lo peor de sí mismo por un genuino resentimiento de clase –si no fuera porque está casado con una mujer afroamericana, sería el perfecto votante trumpista.
Por supuesto, la película no funciona bien todo el tiempo: la duración es francamente excesiva (¿133 minutos, en serio?) y la pelea final es la monserga de siempre –confusa y sin genuino sentido cinematográfico-, pero estos defectos terminan siendo menores ante el consistente buen humor de la cinta -con todo y una hilarante escena postcréditos- y un reparto que, en general, logra trascender las limitaciones de la fórmula.
La verdad, mientras Spidey siga siendo el “amistoso vecino” clasemediero de siempre, será bienvenido desde esta trinchera. Lo malo es que, probablemente, no tarda en convertirse en ooootro personaje más del interminable Universo Cinematográfico de la Marvel y todo se irá al caño. Mark my words.

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